Para ir con el viento

Fragmento del libro El Tripulante de la Sombra, 2020.


Canto I


Como un pez la muerte,
se diría,
al pie de los rosados coralígenos,
largamente en acecho
como espada en el agua
o afilado espectro de la luna.


Con voraces carnadas submarinas a tu paso sorprendido,
¿cómo no hallarte de pronto
entre la sal quebrada
en las aletas de los peces
o bajo arbustos secuaces,
isla adentro,
padre mío, caballero ensimismado
en lóbrega armadura de dolor?

Estás aquí presente
a proa de la tristeza,
y me sales,
y así te reconozco
en la imagen tuya del espejo
que me mira con ojos paternales,
o en las sinuosidades de mi mano
que te escribe a la deriva
y te busca bajo el océano,
hollando promontorios,
derribando atunes centinelas,
entre la espesa bruma del plancton,
tocado por amargas gotas de silencio,
y como un duro rompehielos de la muerte
atraco a puro verso,
a remo duro,
y al oir el vuelo de las albas gaviotas
siento como si hallara la boya de tu voz
o la sombra inasible
de la cosa terrible que pregunto
en cada gruta constelada de líquenes
verdes como el secreto del agua:


¿dónde tus ropas de flébiles detritus,
deshilachadas en las corrientes hondas,
remolcadas por el yodo,
ancladas bajo los arrecifes,
a babor del olvido,
entre el agudo asombro de los peces
que rondan el enigma amarillo de tus huesos,
clavados en la arena movediza de los siglos?


Pero el marino viento es obstinado
y nada dice,
y todo es igual a una caña de pescar
que estuviese en las manos
de un Dios que nadie y todos temen,
y que de pronto trajera en el anzuelo
heridas vestiduras de otro Dios
y se dijese
que el hombre es sólo hueso
en el fondo de la arcilla,
que la muerte es sólo muerte
en el fondo de los hombres,
o pez bajo las tibias
savias oceánicas.

Elegía paterna en once cantos. Primer Premio Nacional de Poesía, 1968.


El Tripulante de la Sombra